Cuando la profesión se creó formalmente, fue por una necesidad imperiosa de entregar metodología y sustento, pero también un reconocimiento explícito a tantos años de trabajo por cientos y cientos de personas ligadas con distintas vulnerabilidades sociales. Desde la Iglesia que institucionalizó una forma de ayuda –favoreciendo el asistencialismo- necesario para una época de grandes carencias; pasando por quienes intentaron reconceptualizar con educación popular –siendo muchos callados por fusiles cobardes- hasta la práctica actual con matices que incorporan una historia paralela coherente con la cronología de la Política Social en Chile y Latinoamericana. Lo anterior es el marco que le atribuyo a una profesión atropellada y renacida a la fuerza, con nuevos colores y ganas de hacer revolución.
Partiendo de la base que la historia chilena, y por ende, la del Trabajo Social es interpretable, lo que expongo es un pensamiento propio que emana de un estado de ánimo vivencial inscrito en una nueva generación que agradece las experiencias traspasadas por docentes, amigos, dirigentes sociales, compañeros de carrera y muchas personas que ayudaron "a la construcción social de una realidad muy subjetiva", como diría un "libraco" que en tiempos de estudiante leí y asumí hasta hoy.
Ya estoy un tanto cansado de esa discusión desgastante entre lo que significa ser Asistente Social y/o Trabajador(a) Social. Me quedo con lo que un pensador venezolano me dijo en su visita a Valdivia el año 2006. El Trabajo Social puede ser accionado no sólo por los profesionales formados en escuelas de educación superior, sino por cada persona que se envuelve con la sociedad, con responsabilidad y voluntad a favorecer los cambios sociales, es decir, un dirigente social en su generalidad o cualquier profesión u oficio que haga suya tal característica. En definitiva, todos podemos ser trabajadores(as) sociales concientes del espacio que habitamos.
Resulta además interesante de profundizar el mundo en que vivimos hoy, ad portas al año 2009, en donde todavía se concibe –popularmente- a la (el) Asistente Social, como la visitadora o la persona que me ayuda en la emergencia y me entrega la tan amada canasta de alimentos o el material para arreglar mi casa (y no critico a quienes lo ejercen según la descripción, pues en algunos casos así lo amerita).
Lamentablemente. Eso es lo que gana. Y digo lamentable, porque a pesar de los distintos esfuerzos por ampliar la profesión a otras esferas, como la promoción de la participación ciudadanía, gran paragüas para buscar autonomía en las organizaciones sociales de un territorio, es justamente lo que no se instala como "normal" en una profesión marcada sólo por una vía. Somos muchos los que estamos en distintas veredas. Algunos desde el mundo independiente y otros desde el gobierno.
Quiero pensar que la culpa es nuestra, y no la de un medio colapsado de disciplinas que pelean junto al trabajo social la tierra en donde sembrar y cultivar. Y no se trata de elevar la discusión de que si somos o no somos Ciencia, sino de cómo somos actores y gestores de los cambios fundamentales en cualquier trinchera en que estemos.
Y ya que estuvimos en elecciones y seguiremos estando, voto por una trinchera que genere libertad humana en su máxima expresión. Voto por una profesión que reflexione más seguido lo que hacemos y no hacemos. Voto por sacarnos el estigma de que asistimos socialmente a la demanda ciudadana, y nos ubicamos como demandantes de los propios cambios de las bases sociales. Voto por que aprovechemos los espacios en que estamos, sin miedo a mirar conceptos que a muchos escandaliza: Libertad, Concientización, Educación Popular.
Todos y todas, en cada escenario particular podemos hacer y traspasar a nuestro medio un trabajo social a la altura del bicentenario chileno e integrado a una nueva región.
Vivan los(as) Asistente Sociales que generan Trabajo Social!
Francisco Bascur Tapia,
Asistente Social
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